La racha de sinsabores había dejado escasas noticias positivas para el Atlético… pero una de ellas era Pablo Barrios. El paso adelante del canterano en partidos de máxima exigencia había resultado evidente ya, pero es que en el Pizjuán tomó forma de diana decisiva en la prolongación, otra vez en la prolongación, después de una conducción a la que, cosas de la vida y del fútbol, decidió asistir como espectador Saúl. El 8 la puso sutil desde la frontal, con la zurda, para que el Atlético pueda lamerse las heridas propias, hurgando de paso en las ajenas. El Pizjuán es un polvorín, el Sevilla amenaza ruina.
El Atlético había concedido tres saques de esquina a los tres minutos. El Atlético no sabía salir de la presión a los cinco minutos. El Atlético encajó gol a los siete minutos. Así andaba de salida el equipo de SImeone por el feudo nervionense, como alma en pena, hasta que Gallagher supo transformar un mal control en un penalti a favor. Pero vayamos por partes, como Jack, que ese empate no llegó hasta el ecuador de un primer acto con mucho que contar y en el que el Sevilla lució de salida como si nada hubiera sucedido una semana antes. Saúl volvía a ser suplente, Adams estrenaba titularidad.
Una diagonal nervionense concluyó en las botas de Vargas, que hizo un caño de tacón a Nahuel como le pudo haber hecho cualquier otra cosa que se le ocurriera. Así que Pedrosa la puso desde línea de fondo, así que Llorente despejó como pudo, así que Agoumé enganchó un derechazo preciso desde la frontal para que el Pizjuán se viniera abajo. El gol salió caro en clave local, sin embargo, porque la acción técnica del suizo derivó en lesión y obligó a que Pimienta tuviera que tirar de Ajuke.
En realidad tanto hubiera dado del que tirara. Porque el Sevilla creaba problemas cuando la pelota llegaba por la derecha a Lukebakio… y por la izquierda a Nahuel. Lo del lateral argentino era (volvía a ser) puro despropósito, dándose el caso de que las dos alternativas que tiene Simeone para ese puesto también estaban sobre el campo: Llorente en el doble pivote siendo de largo el mejor de los suyos, Azpilicueta viendóselas precisamente con el belga por el otro lado. Como el fútbol es tan extraño, la única ocasión visitante había sido precisamente del ínclito Molina.
Hasta que una jugada bien trenzada, las cosas como son, acabó en aquel control citado de Gallagher y en un penalti absurdo de Badé, que llegó tarde y mal. Lo puso en la red Julián, como todos los que ha tirado desde que viste la rojiblanca. Cuestión distinta es lo que luego hayan hecho desde despachos y silbatos, el caso es que todos a la jaula. Pronto pudo recuperar su ventaja el Sevilla, faltaría más, pero Adams no acertó ante Oblak después de que se la pusiera Agoumé, definitivamente de dulce. En realidad fue Le Normand el que terminó sacándola bajo palos, conste en acta.
Con tablas en el refrigerio, Pimienta tiró de Gudelj, prescindiendo de Pedrosa y desplazando a Kike Salas, mientras Simeone tiraba de Galán, prescindiendo por fin de Nahuel y desplazando a Azpilicueta. Y se mantuvo el equilibrio, incluso en ocasiones, porque a la del mencionado Salas respondió la de Giuliano. Los entrenadores mantuvieron protagonismo, reaparición de Koke incluida, y el partido tuvo que pararse por lanzamientos de lo que parecían pelotas de papel desde un fondo, pero el tramo final ya era de un Atlético extraño, Riquelme y Lemar incluidos, hasta que Barrios agarró esa pelota para depositarla donde duele. Y con ella puede que, ante un presente difícil, estuviera anunciando el futuro.