El Sábado Santo es el segundo día del Triduo Pascual y se sitúa entre la Pasión del Viernes Santo y la alegría de la Resurrección en la Vigilia Pascual. Es un día de profundo silencio, marcado por la ausencia de celebraciones eucarísticas, en el que la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y esperando en oración la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte.
Durante este día no se celebra la Misa ni se administra la Eucaristía, salvo como Viático. El altar permanece desnudo, y el ambiente litúrgico es de luto y espera. Sin embargo, ya se vislumbra la esperanza: Cristo ha muerto, pero no para ser vencido, sino para vencer al pecado y a la muerte.
¿Por qué se celebra?
El Sábado Santo tiene un profundo significado teológico y espiritual. Es el día en que Cristo, después de morir en la cruz, desciende al «lugar de los muertos» —el «sheol» o «infierno» entendido como el lugar donde esperaban los justos— para anunciar la salvación a quienes le precedieron. Este misterio, conocido como el «descenso al infierno», está contenido en el Credo: «descendió a los infiernos».
La Iglesia celebra este día como un tiempo de espera confiada. María, la madre de Jesús, se convierte en modelo de fe y esperanza: aunque su Hijo ha muerto, ella mantiene viva la esperanza de la promesa. El Sábado Santo es también, por tanto, un día profundamente mariano.
Historia del Sábado Santo en la tradición de la Iglesia
Desde los primeros siglos, el Sábado Santo fue un día en que los cristianos guardaban el ayuno más riguroso del año, en actitud de recogimiento y espera. San Epifanio, en el siglo IV, ya hablaba del «gran silencio» que dominaba la tierra ese día. Los fieles acompañaban a Cristo en su descanso en el sepulcro, esperando la Vigilia Pascual, que se celebraba durante la noche y era la más solemne del año, con el encendido del cirio pascual, el canto del Exsultet y la renovación de las promesas bautismales.
El Catecismo de la Iglesia Católica resume así este día:
«Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se unió a ellos con su alma en el reino de la muerte. Pero ha descendido como Salvador» (CIC 632).
Oraciones para el Sábado Santo
Aunque la liturgia oficial permanece en silencio hasta la noche, los fieles pueden unirse en oración personal y comunitaria. Estas son algunas oraciones tradicionales para el Sábado Santo:
Oración de espera confiada:
Señor Jesús, en el silencio de este día santo, permanecemos contigo junto al sepulcro. Haznos fuertes en la fe, firmes en la esperanza, constantes en el amor. Concédenos esperar, como María, la luz de tu Resurrección. Amén.
Oración a la Virgen María en el Sábado Santo:
María Santísima, Madre del Redentor, tú que sufriste el dolor más profundo al ver morir a tu Hijo, enséñanos a esperar en la oscuridad, a confiar cuando todo parece perdido, a permanecer fieles como tú. Ruega por nosotros, Madre de la esperanza. Amén.
Oración por los difuntos, en comunión con Cristo sepultado:
Dios de misericordia, que entregaste a tu Hijo a la muerte por nuestra salvación, te pedimos por todos los que han partido de este mundo. Que por la victoria de Cristo sobre la muerte, lleguen a contemplarte cara a cara en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
El Sábado Santo es el día del «gran silencio». Un silencio lleno de amor, de espera y de esperanza. Un día para permanecer junto a María, esperando la luz que transforma la noche en Pascua. La Vigilia Pascual, al caer la noche, romperá ese silencio con el canto de victoria: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!