¿Y ahora qué?

Ignacio S. Acedo

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 6 de abril 2025, 15:00 | Actualizado 15:08h.

No hay paz ni descanso en una UD que no puede estar peor. Sin cuestionar su entrega y sudor, la evidencia de los resultados y la clasificación le deja ya contra la pared y abre un interrogante inmenso acerca de su futuro, más cerca que nunca de la Segunda División. La visita de la Real era cuestión capital en la lucha por la supervivencia y el saldo que dejó fue nefasto, con una derrota que equivale a hundimiento y la sensación de que no hay para más.

Diego Martínez, ya sin el perfume que le acompañó en sus primeros tiempos, queda en la frontera, al igual que sus jugadores, superados por comprobar cómo, semana a semana, el desastre del descenso coge forma.

El 0-1 al descanso delató la diferencia entre dos hemisferios. La UD tuvo más llegadas que fútbol pero lo suficientemente claras como para haber facturado algún gol: Remiro y el larguero le sacaron a Silva remates que ya casi se celebraban y McBurnie dispuso de un mano a mano al galope que resolvió de pena ante el meta visitante. Y en el área contraria, Oyarzabal sacó oro de un mal despeje de Horkas a tiro lejano de Barrenetxea, duro pero sin colocación.

Es verdad que la Real mandó durante largo rato y, con el viento a favor de su ventaja tempranera, cuadró un plan de partido ajustado a lo que quería, con poca ida y vuelta y Zubimendi haciendo jugar al resto y con relativa comodidad. Pero la UD se rebeló al orden establecido a base de coraje y empujado por Sandro, Silva y McBurnie, agitadores con sus carreras y que encendieron a sus compañeros, inicialmente encogidos pero que terminaron animándose.

Dificultades

Se sabía que el partido iba a ser de complejidad por la talla del visitante y poco tardó con confirmarse que, en efecto, no venía una comparsa. La UD se vio a las primeras de cambio cargando con un gol en contra que era una guillotina, a riesgo de que alguna contra realista echara la persiana al asunto. Cuando peor estaba todo, poco a poco a salió a relucir el orgullo para pleitear y en ese alboroto, con pelota dividida y segundas jugadas, la UD encontró el mejor escenario para cortocircuitar el sometimiento al que se vio expuesto y tener presencia en la inmediaciones de un Remiro inmenso cada vez que tuvo que enseñar guantes.

Sandro, en una acción ofensiva.

Fueron minutos en los que se pudo equilibrar el marcador pero, por encima del desacierto, sí quedó la impresión de que habría opciones si se mantenía ese arrojo de tirar para arriba con todo. No quedaba otra por las urgencias archiconocidas y el buen orden donostiarra, que obligaba a no encoger la pierna.

No había tiempo que perder pero a la vuelta del intermedio, demasiado pronto, la Real dinamitó cualquier esperanza de la UD. De un saque de banda en campo propio, balón a la carrera por la banda izquieda de Barrenetxea y balón a Sergio Gómez que entraba solo al segundo palo para fusilar a Horkas. El 0-2 ya era un mundo… Hasta que Silva agarró un balón en zona de nadie y emprendió la aventura en solitario rodeado de defensas para ganar metros, plantarse ante Remiro y dejarle un balón de oro a McBurnie para el 1-2. Cuando peor pintaba todo, el escocés, seco hasta la fecha en Liga, estrenó su casillero y reabrió la puja. Había tiempo y también arrestos para no entregar la cuchara.

Un suspiro duró esa esperanza porque la Real se vino arriba y no paró hasta el 1-2. Antes de que Aramburu hiciera el tercero, Horkas le negó a Marín esa rúbrica con un paradón. Ya no pudo hacer nada instantes después y, otra vez, en un saque de banda y en el que la tibieza defensiva arruinó, ya sí definitivamente, a la UD.

¿Y ahora qué?

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